El tradicional panorama de escasez y desolación que significa subsistir en el tórrido desierto de Sechura, donde el principal desafío es acceder al agua, ha empezado a cambiar gracias a iniciativas como el proyecto Promoción de la Seguridad Alimentaria y Nutricional (Prosan) que apuesta por la capacitación en tecnologías innovadoras como el riego tecnificado y los biohuertos para aprovechar este recurso vital, generar alimentos e ingresos propios por parte de la esforzada población de esta provincia piurana.
El proyecto Promoción de la Seguridad Alimentaria y Nutricional (Prosan), que impulsa el Programa Mundial de Alimentos en la provincia de Sechura, tiene como objetivo general contribuir en la reducción de la anemia en menores de 3 años y la desnutrición crónica infantil en menores de 5 años fortaleciendo capacidades de la gestión territorial y acción comunitaria que mejora la seguridad alimentaria y la nutrición.
Futuro verde en el desierto
Llegar a la finca familiar de Noemí Amaya es conocer lo que puede ser la vida en el desierto peruano: árida y retadora, pero también esperanzadora. Y es que donde no hay acceso al agua potable, muchas familias están logrando un milagro agropecuario al pintar de verde el desierto de Sechura, gracias al agua subterránea y a la adopción de tecnología de riego para optimizar su uso.
En el pasado, cultivar aquí era difícil porque Noemí y las otras familias no tenían las técnicas, ni las semillas adecuadas. No había agua para irrigación, así que la traían con la compra del recurso vital a camiones cisterna, un servicio costoso para estas familias.
Lucha contra la anemia
Noemí es un ejemplo inspirador para su distrito, Rinconada Llicuar, pues además de liderar su emprendimiento agrario sostenible de 4.8 hectáreas, colabora como agente comunitaria brindando orientación a la población para mejorar sus hábitos de nutrición y para fortalecer su salud, combatiendo al mismo tiempo la anemia y desnutrición crónica infantil.
De familia numerosa y trabajadora, Noemí manifiesta estar comprometida en fomentar la distribución equitativa del cuidado en las tareas del hogar y del campo: “Mis hermanos vienen bien temprano para dar su comida a los animalitos. Empiezan a las cinco y media de la mañana, y luego viene mi papá a la parcela y entre unos y otras coordinamos el trabajo. Un día, por ejemplo, decimos “vamos a deshierbar”, y otros días echamos el humus. Cualquiera viene con la comida, el piqueo, comemos, y luego nos ponemos a recoger frejol de palo. Participamos por igual”.
En la finca próspera de la familia Amaya, cada año se siembran hortalizas como cebolla, pimiento y col, y también se produce maracuyá, limón, papaya, guanábana, guayaba, lima, mamey, hierba luisa, mango ciruelo y camote, entre otros alimentos que son cultivados usando técnicas agroecológicas como el compostaje.
Generación de ingresos
Una parte de la cosecha se queda en casa para preparar jugos y ensaladas, comenta Noemí, mientras la otra la colocan sobre una mesa y la venden a quienes pasen por la carretera frente a su casa.
“Eso ha mejorado un poco nuestra calidad de vida, porque con el ingreso que obtenemos podemos comprar pescado y carne que son necesarios para alimentarnos bien”, señala Noemí, quien también vende sus productos a las comunidades en las ferias agroecológicas “Cómprale a Sechura”, las cuales impulsa el Programa Mundial de Alimentos junto a municipios locales en la provincia.
Resiliencia
Noemí está agradecida porque ella y su familia manejen un pozo, un tanque y una motobomba, pero antes del proyecto la situación era diferente. Sembraban muy poco porque tenían que regar el huerto por gravedad, y así consumían mucha agua que además era escasa, explica.
“Hoy podemos afrontar la sequía. Además, ahorramos y elegimos cultivos que consuman menos agua”, cuenta esta orgullosa agricultora. En ese sentido, las familias tienen a un representante dentro de las juntas de regantes, que son organizaciones comunitarias que tradicionalmente gestionan el manejo del agua. Noemí representante de su familia ante la junta de su comunidad.
Estas mejoras en el campo han sido posibles con el apoyo y la asistencia técnica del proyecto Prosan, que opera el WFP Perú en la provincia piurana de Sechura, gracias a una alianza con el Fondo Social del Proyecto Integral Bayóvar (Fospibay). En este territorio se han habilitado hasta el momento cerca de 250 módulos productivos agroecológicos, cuyas familias participantes han sido seleccionadas conjuntamente por el proyecto y la autoridad local. Así, un futuro sostenible se construye con resiliencia y equidad.
Empoderamiento femenino
Un futuro sostenible solo es posible cuando las mujeres, como Noemí, participan activamente en las soluciones frente a la crisis climática. Las mujeres y las niñas se ven afectadas desproporcionalmente por los eventos relacionados con el clima. Por ello, WFP apoya a las mujeres a reforzar su resiliencia frente a los desastres relacionados con el clima.
Otro caso de éxito
Al igual que Noemí Amaya, existe otro caso exitoso en el caserío de Pocitos, donde María Mayanga y su familia de seis miembros quienes, gracias al proyecto Prosan, tienen actualmente un módulo productivo multifamiliar de 900 metros cuadrados, gracias al cual producen verduras y crían ganado para alimentarse, generar ingresos y cubrir de verde el desierto.
“No teníamos verduras en casa si no salíamos a la provincia, que está lejos, a hacer las compras. Recuerdo que sólo podíamos sembrar verduras cuando venía agüita del río Cascajal, pero no pasaba todos los años”, comenta María Mayanga, residente en el caserío de Pocitos junto a su familia de seis miembros.
Gracias al proyecto Prosan, María y los suyos tienen actualmente un módulo productivo multifamiliar de 900 metros cuadrados, gracias al cual producen verduras y crían ganado para alimentarse, generar ingresos y cubrir de verde el desierto.
Riego tecnificado
Para ello utilizan el riego tecnificado por goteo, que se ha instalado en estas tierras con la asistencia técnica del Programa Mundial de Alimentos para usar de forma eficiente y racional el agua subterránea a la que acceden las familias a través de un reservorio común, que funciona gracias al apoyo del Fondo Social del Proyecto Integral Bayóvar (Fospibay), que también es donante de Prosan.
“Aquí, en Pocitos, no hay agua. Usamos agua de un pozo y el biohuerto lo administramos mi esposo, mis hijos y yo, todos juntos”, asevera María, quien con orgullo hace una lista de los alimentos que produce la familia Paiva-Mayanga: brócoli, maíz, caigua, zanahoria, beterraga, limón, alfalfa, tomate, hierba luisa, culantro, rabanito, menta, perejil, rabanito, y productos de la zona como el frejol de palo.
Seguridad alimentaria
María Mayanga destaca que todas las verduras que cosecha en el biohuerto son para el consumo de su casa, y valora poder comer alimentos naturales, económicos y libres de sustancias tóxicas que ella misma cosecha:
“Esto es más nutritivo, y además consumimos lo que sembramos, y ya no tenemos que salir a comprar a precio más elevado. Ahora comemos más verduras, ya no nos preocupa que no nos vaya a alcanzar, y consumimos más vitaminas y proteínas para los niños. También tenemos aquí animales para nuestro consumo, y más adelante quisiéramos sembrar también frutas.”
Como buena emprendedora, María anhela que el biohuerto siga creciendo. “Quisiéramos tener más adelante paneles solares para que pueda funcionar el motor del equipo de riego, y así ya no tendríamos que invertir en combustible.
250 módulos productivos
Este fructífero trabajo realizado por el proyecto Prosan, que opera el Programa Mundial de Alimentos, ya ha habilitado hasta el momento cerca de 250 módulos productivos como el de María. Un 40% de estos módulos vende los excedentes de sus cosechas en diversas ferias agropecuarias que organizan los municipios distritales con apoyo del proyecto.