Otra mirada de la prisión: la plausible resocialización

Los parlantes lanzaban su menú de reggaetón y salsa. Y el techo del auditorio del penal de Lurigancho entintaba todo de cierto color azulado. Había expectativa entre los 126 internos, los de los polos que en sus espaldas tenían estampada la palabra Creo, programa Creando Rutas de Esperanza y Oportunidades. Después de más de dos años de pandemia, recibirían la visita de otros jóvenes como ellos, interesados en su trabajo. En sus historias.

Testigos eran los Thors, Capitanes América, Carls Fredricksen, Mafaldas y Chavos del 8 que habían moldeado y pintado en sus horas de trabajo –porque ellos aquí dentro laboran– y ahora exhibían. Al otro extremo del recinto, en sillas de plástico, un grupo de estudiantes de derecho los observaban. Para la mayoría, era la primera vez que pisaban un recinto penitenciario. Bienvenidos.

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“Cuando llegas recluido, llegas con las esperanzas perdidas”. Rudi Herrera tiene 26 años, es de Comas. Por un mal paso, dejó la universidad y los sueños de un futuro. Es un extraño porque aquí adentro, en Luri, la mayoría de los internos de su edad no han terminado el colegio.

Doce de los catorce meses que lleva “dentro” está en el programa Creo. Cuenta: hay diversas actividades, talleres de psicología, asistencia social, prevención en drogas. “Me animé a entrar porque siempre hay una ventana abierta para que uno pueda hacer las cosas bien”. Le pesa una sentencia de 5 años y 6 meses, pero con todos los beneficios que le da el programa cree que saldrá en menos tiempo.

Yo me inscribí por mi familia, se sincera Geanpierre Velásquez, de 23 años. Ingresó en julio del 2019 y, seis meses después, ya estaba en Creo. Pensaban que al estar encerrado podía moverme en cosas malas, en consumo [de drogas] o juntarme con personas de mal, pero la doctora [Magda Tataje, la psicóloga del programa] me habló de Creo y tuve el valor de inscribirme para racionalizarme y salir de acá con otra mente, diferente de la que tenía en la calle.

Comenzó trabajando en “pitas”, luego pasó al yute y ahora, junto con un compañero, invierte y hace reproducciones de la pareja de ancianos de la película Up. Les dan forma, los hornean, los pintan. Y cada 15 días una productora recoge los adornos ya terminados. Ahora tienen un pedido de maceteros.

Geanpierre cumple una condena de 10 años y está aprovechando también para estudiar la secundaria en el Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) que funciona en el reclusorio. Si en la calle solo leía diarios y algunas veces revistas, ahora ha descubierto el placer de leer libros en su tiempo libre. Le interesa, sobre todo, la historia de los incas.

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Dentro de su régimen penitenciario, los jóvenes de Creo cumplen con una rutina educativa y laboral. A las seis de la mañana se inicia con el aseo personal, la calistenia.

Corren por media hora o baldean sus áreas de trabajo; toman desayuno. A las ocho en punto hacen “la cuenta”, y a las nueve “salen a trabajar”, luego “la paila”, vuelven a trabajar y a partir de las cinco disponen de tiempo libre. Algunos internos aprovechan que el programa tiene una biblioteca y solicitan al técnico encargado un libro que escogen a su gusto. Hay desde enciclopedias hasta novelas. Lo pueden leer de noche y devolverlo al día siguiente, antes de salir a trabajar.

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Los técnicos del Inpe Manuel Villavicencio, Julio Julcamayan, Michel Valladares y César Inga se encargan de la seguridad de “los muchachos”, este grupo de jóvenes internos primerizos. Han formado clubes del buen lector, donde los jóvenes han encontrado el hábito de lectura. Algunos piden varios libros a la semana. Fomentar la lectura es abrirles las puertas a la libertad.

Son jóvenes menores de 30 años. Algunos ven a los técnicos como figuras paternas; se acercan, les cuentan los problemas que han tenido afuera y ellos les dan consejos para que su etapa en el penal sea más llevadera.

Los técnicos comprenden que la mayoría de estos jóvenes internos han tenido muchas carencias, falta de apoyo, y Creo lo que busca es crearles hábitos. Son jóvenes y se pueden moldear. Atrás hay un equipo multidisciplinario, con psicólogos, sociólogos y la seguridad, la parte vertical del sistema penitenciario.

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Son alumnos de la Facultad de Derecho de la UPC. La Primera Feria Integradora 2022 del programa Creo va a llegar a su fin; los alumnos han comprado algunas artesanías de los presidiarios. Ahora, en grupos, reciben a un interno y les preguntan sobre su vida delictiva, los causales.

“Llegamos con un tabú; pensé que iba a ser mucho más drástico y gris, pero son seres humanos. Si bien se han equivocado, merecen otra oportunidad”, dice Fátima Sánchez, del sétimo ciclo. A Liliana Gavilán, del cuarto ciclo, lo de Creo le parece una experiencia interesante porque incentiva la reinserción social de estos jóvenes.

“Cuando no conocemos el interior del penal, nos llevamos mucho de las imágenes de las películas, noticieros. Pero quienes trabajamos acá, vemos los sufrimientos, necesidades y pérdidas que han tenido fuera estos jóvenes”, explica la coordinadora del programa Creo en el penal de Lurigancho, psicóloga Magda Tataje.

Ella es una creyente de la readaptación y en diciembre del 2019 reinauguró el programa en este reclusorio debido a la gran cantidad de ingresos de internos jóvenes. “Acá les enseñamos algunas condiciones de vida que ellos no han tenido la oportunidad de conocer”. La resocialización es plausible.

Hacinamiento no justifica

La coordinadora nacional de Creo del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe), Verónica Oviedo Rosas, recuerda que el programa surge de la necesidad de dar atención a la población joven, de 18 a 29 años, de los centros penales del país, como Lurigancho, el más grande de América Latina, donde se calcula que hay más de 500 jóvenes internados. Comenta que durante los dos primeros años de la pandemia, el programa no paró. Además, resalta un “aliciente”: cuando el Gobierno emitió los decretos legislativos para reducir el hacinamiento en los penales, gran parte de los internos que cumplían los requisitos para ser favorecidos eran los que estaban en el programa Creo, pues trabajaban, estudiaban, tenían tratamiento permanente y evaluaciones semestrales favorables.

“Para nosotros es una prioridad captar a los jóvenes que están entrando. Como autoridad no podemos permitir que se mezclen con otro tipo de población carcelaria. El hacinamiento no puede ser una justificación para esto. Sí podemos crear espacios de rehabilitación en los establecimientos penitenciarios”, enfatizó.

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